martes, 9 de septiembre de 2008

Dm (III): La cancha de juego

Como tantas otras veces, la música dirigía mis pasos y me sentía deslizar sobre la calle, dejándome llevar por las melodías naïf de La Casa Azul. Y mientras sus letras eran himnos de autoconvencimiento consciente, mi mente indómita quiso que girara la cabeza. Mis ojos recordaron mientras mi cerebro vió un incidente de años atrás, en plena adolescencia sumisa. Ahora es una plaza no muy coqueta, con escasos ornamentos y más bien asépticos: bancos de pobre diseño, encinas dormidas, tierra calmada y cemento triste. Dos niños se perseguían el uno al otro, o el otro al uno, o quizá ni tan siquiera se perseguían, tal es la libertad de acción que nos concede la infancia. Y allá donde veo gritos agudos y gestos exagerados me veo a mi mismo tendido en el suelo, retorciéndome de dolor... Mi boca es incapaz de expresar nada, tan sólo repite mecánicamente unas palabras que eran un deseo imposible: la realidad era bien distinta. “Otra vez no, otra vez no...”. Era mi segundo esguince de tobillo, esta vez en el izquierdo.
Donde ahora dormita la plaza y viven los niños había una cancha de baloncesto. Ese día, un equipo bastante torpe estaba perpetrando su entrenamiento habitual... Un salto firme, un pie ajeno mal colocado y mi tobillo lloró sangre, pero como siempre he sido muy sufrido, la lloró para sus adentros. Me acababa de recuperar de otro esguince y justo aquel día, el primero que volvía a vestirme de corto, me hice otro aún más grave si cabe: me provocó un mes de yeso y varios años de lenta recuperación.
Mi neurona... sí, MI neurona porque sólo tengo una... pero esforzada y trabajadora como pocas, ¿eh? Pues eso, que mi neurona ha tenido una descarga de lucidez: la dendrita le ha susurrado una historia al oído que le ha hecho mover sus oxidados y misteriosos engranajes. “La pista ya no está”- le ha dicho. La pista donde yo me moría de dolor. Yo sigo aquí. Es más, sonrío al recordar que ya pasó. Y es gracioso, eso mismo es lo que pasa en la vida. Puedes caer, morirte de dolor, llorar para los adentros, quedar con pequeñas secuelas... pero ese dolor ya murió.. y tú sobreviviste. Se fue, y siempre puedes pasar por delante, girar la cabeza, recordarlo, sonreir y decir con bula infantil “Elis elis!!! Yo estoy, tú no”.
Adiós y muy buenas, querida cancha.

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