viernes, 5 de septiembre de 2008

Dm (I): At... at... at.... at-cheese!!!! (Salud)

Me encanta el olor a queso. Sí, sin más. No podría explicarlo con palabras: no sabría decir si me produce una emoción, una gran paz, un hervor de la sangre o tan sólo un orgasmo olfativo. Cosas de la química, diría un científico resabido calándose sus gafas de pasta mientras me mira con incredulidad o, peor aún, con indisimulada compasión.. “Pobre criatura. Seguro que aún cree en los monstruos que moran en las oscuras y tenebrosas cuevas existentes bajo las camas de los niños”... Pues hombre, tampoco hay que ponerse así. Para evitar males mayores, me compré un canapé de madera, de madera de roble bien gruesa. Así los monstruos quedan atrapados por mi propio peso y no tienen posibilidad de escapar por los costados. Sólo saldrán cuando yo decida... y de momento esa decisión creo que voy a ajornarla unos cuantos añitos.

¿No me digais que no os conmueve el penetrante hedor a pie que reparten con mucha generosidad los quesos de cabra o los de oveja? A mi me parece lo más sublime del mundo. Es más, se podría aplicar como nueva técnica de decoración de interiores... ¿Acaso cuando entrabais a casa de vuestros padres y el aroma a sopa de fideos recién hecha os abrazaba y os daba la bienvenida (cosa contrario a tus padres, que normalmente te recibían con un latiguillo al estilo... “a estas horas vienes???") no os evocaba un sensación de confort y de seguridad? Pues eso mismo.. imaginaros poder entrar a casa y que un día llegáis con el alma por los suelos.. pues olor a sopita... Estresados.. pos olor a rosas...

Yo por mi parte me inclinaría por un olor de queso de oveja recién hecho. De hecho, valga la redundancia, yo lo hice. En uno de estos “suculentos” lotes de navidad, en el que la bebida es dominadora y la chicha brilla por su ausencia, recibí una pequeña cajita de madera... Sin yo saberlo, ese era el cofre del tesoro.. Quien me lo iba a decir, acostumbrado a ver en las pelis de Indiana Jones brillantes cofres adornados por miles de gemas, esmeraldas, maragdas y todo tipo de pedrusco brillante imaginable.... Pues sí sí.. una modesta caja de madera (de la mala, no nos vamos a engañar) que contenía un verdadero hallazgo. La abrí con algo de curiosidad, ya que el dibujo insinuaba mucho pero no decía nada: un pastor con un rebaños... ¿que habría allá? Una muela del pastor???? Un trocito de lana de la oveja???

Y cuando lo abrí.. Ohhhhhhhhhhh.... el gozo de lo sentidos se disparó y el aroma a queso rancio, libre de la prisión delimitada por aquellos endebles tablones, campó a sus anchas por mi casa. Y por lo que se ve, le gustó, ya que decidió quedarse... Lo guardé en un armario de la cocina, lo más escondido posible, pero el olor siempre se las apañaba para salirme a recibir cuando llegaba de la calle y besarme con su olor rancios mis enamoradas pituitarias... He de decir que fue bonito mientras duró y que como todo, se acabó.. aunque no de forma mala ni deleznable... pasó de excitar mis fosas nasales a alegrar la vida de mi pobre estomago maltratado.

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